No hay un por qué

Joe Gould se graduó en Harvard en 1911, igual que su padre, su abuelo y su bisabuelo. Hijo de una respetable familia de médicos de Massachusetts, en 1916 rompió todos sus lazos y decidió lanzarse a una vida de mendigo en Manhattan. Su misión era escribir una obra literaria, a la que llamaba la Historia oral de nuestro tiempo, en la que recogía los diálogos que fue recabando a lo largo de su vida en Nueva York.

En uno de sus perfiles sobre Joe Gould, Joseph Mitchell narra cómo este personaje nunca logró que un editor se interesara en la Historia oral. “Experiencias de esta índole no lo desaniman; una y otra vez se repite que al fin y al cabo él escribe para la posteridad”. El mundo no lo comprende, lo tildan de loco, pero “el último bohemio” tiene claro que en un futuro lo van a ver como al más grande historiador de todos los tiempos.

Mientras leía El secreto de Joe Gould, me puse a pensar que el mundo está lleno de locos, personas que tienen una misión en su vida y que están dispuestos a dar todo por lograrla. Tal es el caso de Philippe Petit, el funámbulo francés que durante seis años planeó caminar por la cuerda floja entre las Torres Gemelas de Nueva York, a más de 400 metros de altura. Gracias a su tenacidad y a la ayuda de sus amigos –que aún no sé cómo los convenció- él cumplió su objetivo en agosto de 1974: cruzó ocho veces el trayecto de casi 70 metros, hasta que lo detuvo la policía.

¿Por qué lo hizo? Eso es lo primero que nos preguntamos. Pero ninguna de estas personas tiene una respuesta clara: “No hay un por qué”, decía Petit en todas sus entrevistas. Incluso afirmó –en el documental Man on Wire– que la justificación para construir las Torres Gemelas era solamente que él pudiera cruzarlas con el cable.

Tanto Joe Gould como Philippe Petit son seres incomprendidos pero que, a la vez, demostraron estar completamente seguros de que su misión es algo que vale la pena. Y si por eso son locos, no importa. En definitiva, se liberaron de las ataduras de la sociedad y llevaron una vida tal como sintieron que debía ser, y no como la que el resto esperaba de ellos. Son personajes dignos de nuestro respeto.