Un ciclo que no termina

Cada vez son menos los espacios verdes, el mar está sucio y las ciudades más aún. Montevideo es una mugre, afirmamos, pero a la vez con orgullo mantenemos el lema de “Uruguay Natural”. A nuestro país cada vez le queda menos de natural.

En Facebook vemos a las personas muy preocupadas por el maltrato animal; o la lucha para evitar que un puerto de aguas profundas arruine las hermosas costas de nuestro país. La ecología parece estar presente en toda discusión, pero nadie se acuerda de lo más básico: la basura. Una compañera de clase dijo -en la presentación oral de una materia universitaria- que “los alumnos no están acostumbrados a reciclar”. Y yo pensé: no son solo los alumnos, es Uruguay.

La excusa es que no hay contenedores diferenciados para los distintos materiales. Pero cuando los hubo –algunos años atrás- nadie les prestaba atención. Restos de comida en el recipiente indicado para plásticos, vidrio en el sector definido para “otros desechos”. Las famosas cajas de Repapel tienen de todo dentro menos lo que uno debería encontrar.

Un suizo amigo de la familia comentó en una cena que desde que llegó a Montevideo – hace tres años- se ha preocupado por reciclar: “Todos los días separo el plástico del vidrio y de los demás residuos”. Toda la anécdota para enterarse, minutos después, de que su esfuerzo fue en vano. La basura de la ciudad va a parar toda a un mismo lugar: la usina número ocho del basural de la calle Felipe Cardoso. Un sitio en donde el líquido de la descomposición se filtra y llega a través del agua hasta el arroyo Carrasco y el Río de la Plata.

Y desde ahí todo vuelve a empezar: “Qué sucia que está el agua, ¿no?”. Se queja la misma gente que luego desecha todos sus residuos sin ningún problema. Un ciclo que no termina, se repite una y otra vez. Todos miramos cómo pasa, pero nadie hace nada.